Chile gana a Argentina por penaltis
Leo erró además su disparo frente a un Claudio Bravo que debió observarlo con asombro: el balón se fue alto, demasiado alto, y mientras se alejaba iba llevándose los sueños argentinos. Messi volvió a llorar. Lo consolaron sus compañeros y los rivales, que minutos antes lo habían perseguido al borde de la saña. El dolor era elocuente. "Son cuatro finales las que me toca perder (la otra en 2007). Ya lo intenté mucho, pero es así. No se dio y, lamentablemente, me voy sin poder conseguirlo". No podía contener el dolor ni las lágrimas.
No hubo consuelo. ¿Quién podía ofrecérselo? "Las lágrimas del mejor de todos, el símbolo de lo que no pudo ser", tituló Clarín. Se había preparado con todo para la vuelta olímpica y le tocó ser testigo impotente de un festejo ajeno. En la noche del Met Life Stadium, en la madrugada de una Buenos Aires lluviosa y fría, nadie encontraba las palabras que lo explicaran. Los insomnes buscaron razones sin suerte.
Del otro lado de la cordillera de Los Andes todo fue fiesta. La mejor generación de la historia le regala a Chile su segundo título, tituló La Tercera. "Este partido quedará en la historia porque Messi elevó su disparo", añadió.
Fue una auténtica final, 120 minutos en los que ninguno de los equipos sacó mayor ventaja. Messi tuvo un muy buen desempeño en general. Los momentos de flaqueza no fueron de responsabilidad exclusiva. Como siempre, a Messi le falla el ecosistema. Peleó casi en soledad contra los chilenos, que lo esperaban escalonados y cuando se les escapaba recurrían a la falta.